FUERA DE(L) JUEGO
Hoy vuelvo a mirar con extrañeza al mundo y a sus dinámicas absurdas e injustas.
Y cuanto más las pienso, más me desconciertan: el consumismo, la moda como sistema de obediencia simbólica, la obsolescencia programada, el colonialismo moderno…
Desconocidos dictan tendencias de forma cíclica. La sociedad espera, como atletas al pistoletazo de salida, para gastar su dinero en ellas, aunque no lo necesiten. Solo para exhibir que está “dentro”, para demostrar que sigue los criterios establecidos.
Ellos recaudan y tú obtienes la pose.
Ellos recaudan y tú alimentas tu elitismo disimulado.
La rueda del consumismo se alimenta de los egos, no del bienestar.
Todo envejece demasiado rápido. Crean un ciclo insaciable de novedades: nuevos móviles, nuevos sistemas operativos, actualizaciones… hasta los electrodomésticos están diseñados para morir pronto. Y mientras, para que la cadena no se detenga, una parte del mundo es explotada junto a sus recursos. No comprendo la lógica.
Nadie parece percatarse del coste oculto: la explotación humana, la destrucción del entorno, los residuos, la precariedad.
Se nos dice que hay que cambiarlo todo constantemente, pero nunca se menciona quién paga ese cambio.
Lo más perturbador es que obedecemos sin que nadie nos lo exija. Me asusta lo fácil que es moldear los deseos de millones de personas que se piensan libres mientras están siendo dirigidas.
Pero no me duele solo el sistema. Me duele la aceptación colectiva.
Me duele ver a tantas personas que se venden por privilegios vacíos: una marca, un cuerpo, una foto, una sensación de pertenencia tan frágil y falsa como un filtro.
No me escandaliza el poder, me escandaliza que tan poca gente se plantee que está siendo utilizada.
Se han comprado la fantasía de que consumir es elegir, cuando en realidad están obedeciendo en silencio.
Me siento como si viviera dentro de un sistema “para tontos”, que te premia con pertenencias ilusorias si te portas bien: un poco de falso estatus, algo de reconocimiento superficial, un teléfono “nuevo”.
Te hace creer que estás ganando, cuando en realidad estás entregando tu libertad, tu tiempo, tu atención y tu deseo.
Como ya advertía José Luis Sampedro, una economía que no tenga en cuenta a la persona ni al planeta no es viable, ni humana. Para él, el desarrollo debía ser humanizado o acabaría alcanzándonos a todos en forma de desigualdad, alienación y pobreza.
Rechazaba tanto el consumismo capitalista como el productivismo sin alma del socialismo autoritario. Y creía que la transformación debía nacer desde la educación, la cultura y el pensamiento crítico, no desde la violencia ni desde las élites.
Decía que “la situación de pobreza marginada y permanente, segregada por el desarrollo, en que vive la mayor parte de la humanidad” no era un error del sistema, sino su consecuencia directa.
¿Quién se atreve a pensar con independencia, a decir “no” aunque eso signifique quedarse fuera?
¿Quién prefiere la libertad interior a la pertenencia superficial?
A veces, lo más revolucionario no es gritar. Es no seguir el juego.
Suscribo totalmente lo que escribes. Actualmente gritar no es la mejor opción, porque supone aumentar el ruido en el que ya estamos. Y el sistema lo agradece.
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