LA INTROSPECCIÓN DE ELLA

  La noche del catorce de enero, Ella regresó a casa con menos equipaje, sin embargo, no se sentía más liviana. Su carga no implicaba materia ni su traslado movimiento. La espera, el vacío, los huecos. Desperdicio apartado, la ausencia separada, carente, inerte. Urea desechada que nadie advierte. El último recurso del silencio. Existencia sin urgencia. No hay estímulo. Regresan los huesos abandonados a la ruptura del amparo. No hay tribu, ni raza, solo las sustancias del consuelo que entran en casa para aislarse bajo la protección de la oscuridad. 

Con la búsqueda de la soledad y el silencio, activando su cuenta atrás, Ella comienza su noche de introspección. A la mañana siguiente, con la salida del sol, deberá decidir si fractura, o no, el paso del tiempo. Ya no existe dónde acudir. Desterrada y privada de pertenencia, a la hija del vacío le parió la ausencia, el defecto y el desamparo. Su destino será abolir lo absurdo. 

Ella quisiera un refugio eterno donde no tuviera que mostrarse, pues el mundo no está preparado para saber observar. Un refugio en el que construir espacios libres de mentiras y puros de ideas, sin máscaras ni disfraces. Donde descansar sosegada de miedos y secretos, de lo inconfesable y lo rechazado por los que están al otro lado. Un refugio en el que poder gritar, hasta vomitar las vísceras, toda la rabia; en el que poder llorar toda la pena hasta crear mares de esperanza; en el que poder sentir el amor que sostiene pilares destruidos. 

La vida le había golpeado tan fuerte que las órbitas de sus ojos tenían que reeducarse, aprender a mirar de nuevo y desechar lo borroso.  No existe el blanco sin el negro. Demasiado tiempo sumergida en un solo color, había naufragado. Una luz podría abrir un abanico de colores del que emerger una perspectiva más objetiva, del que expandir la pesada carga. Se levanta y enciende una vela. 

Allí, en algún lugar del mundo, afrontando la luz y decidiendo en silencio, no tenía huesos, ni venas, ni células, solo sentimientos desbordados jugando con un tiempo que retrocede al pasado y trae recuerdos que arrojan al abismo. Se inflan, gigantes, y hacen coros de dolor rebosando como ballenas que chocan con el mar. Son obscenos y escandalosos y Ella, sin límite ni control, anhela una pequeña botella donde encarcelarlos para limitar la dosis. 

Y se pregunta quién es. ELLA. Anécdota olvidada en recuerdos perdidos. La omisión de la presencia. El delito impune de acciones inadvertidas. Las cartas que dejaron de recibir respuesta, los mensajes silenciados de los que siguen juntos y avanzando. La desterrada que nunca tuvo patria. El juguete que otros usan. Ella, la que no recibe y la que se cansó de querer demasiado. La que necesita cortar lazos que le esposan, la que escucha música y entiende que no tiene sentido hablar con gente que posee hogares. La que ansía libertad y codicia desatarse del apetito de buscar seguridad en el refugio de aquellos que un día le importaron. Ella, la solitaria esclavizada a la maldición de anhelar lo que no halla, que desea naufragar de todo(s) lo remoto y fundar autonomía. 

Imposible saber quién es. Posiblemente el aliño de anhedonia y apatía, la droga que no silencia pensamientos o el castigo a la esperanza. Quizá la negatividad del pesimista o el ruido de las palabras. Ella no sabía si era el agua de las flores, el cansancio en horas revertidas o la enfermedad que llaman vida. Solo estaba segura de que era la mosca que fue cazada, despojada de sus alas y dejada a su suerte en la repisa. 

Recordó que, como en los cuentos de princesas, al nacer la maldijeron. Cuatro frases condenaron su vida. Frases dichas en silencio…

Se te extirparán los veranos como las letras que no desean ser leídas,

querrás a las ausencias llenando vacíos con aire de burbujas,

serás aceite enamorado de agua,

y electricidad luchando por navegar en un plástico que te repudia. 

Y en silencio gritó el castigo con estruendo desconsuelo que ni Ella es princesa ni vive en un cuento, lo único que le pasó es que le robaron muy pronto, si es que se puede robar un cuerpo y una vida, en consecuencia.

Dilucidando y resolviendo, se obligó a mirar al frente, a no agachar la cabeza, a no cerrar los ojos y a sentir aquello que odia, el cuerpo que rechaza, que culpa y al que apenas puede mirar. Intentó soportar la certeza de que era suyo y no robado, intentó no cederlo, intentó no evitar su presencia, materializar sus células y convertirlas en esencia. Ella pudo disipar, durante un instante, el asco, el miedo y la repulsa; crear un estado mental hacia la recuperación del “hurto”, una lucha por la reconquista de lo que era suyo. 

Le resulta difícil y doloroso vivir en una “casa” que detesta. Necesita aprender a sentirla para conquistar su densidad. Desea aceptar, recuperar y experimentar lo que es habitar en algo que ama, pero no sabe cómo lograrlo. Al margen de ese momento vivido, no quiere que todo siga en contra, que se rompan los espejos y que se haga insoportable ser consciente de quien es. 

Intenta mantener la mente fría y no ceder. Mira arte y lee poesía, esperando encontrar algo que no encuentra. La salida que no existe. Toma pastillas, se estira, retoca su pelo. No quiere pensar que ganó la vida y perdió ella. No quiere creer en mentiras que asoman cual certezas ni en rendiciones que ahogan. Más pastillas y miedos que no sabe controlar. Por fin surgen las lágrimas. Lágrimas de derrota, de agotamiento, de realidad. El afrontamiento de que un día ella murió y al despertar comprobó que no era recordada. ¿Cuándo estuve muerta y cuándo estuve viva? Ella no siente el valor para existir solo en su mente. La repudia de la tristeza, la oposición al miedo y la vergüenza del ayer. Entra en el mar, nada y acompaña al sol en su retiro, porque espera que quizá el mar la recuerde. Después, pide perdón confesando, junto a Borges, su también remordimiento. Aunque, quizá, no son las piezas las que están mal, sino el tablero. Pues a Ella la metieron en la caja del puzle equivocado. La llamaron cinco y se perdió entre los trozos del jarrón que se rompió en cuatro. Hay que asumir que es imposible enhebrar un hilo de humo, que no existe el mundo hermético y que la cobardía custodia el hábitat que engrandece a la soledad. 

En cualquier caso, Ella podría pasarse la vida leyendo poemas, donde no encuentra mayor anestesia y calma al vivir. Sanar una herida o paliar la mera existencia. Todo se confunde y se solapan los tiempos. Cómo saber si se vive en el pasado o en el presente. Su mente se agota y la línea que la separa del mundo es cada vez más robusta. Avanza hacia dentro con el paso del tiempo y observa el exterior como un eco. Es posible que lleve toda su vida centrándose en los ojos de los ancianos por si se les escapa algún secreto, escaneando sus rostros para memorizar miradas, pero no encuentra nada. Confirma que vive errando. Día a día, mes a mes y año tras año. ¿Y si el secreto no está en las miradas sino en las letras? ¿Quién poseerá el secreto de las letras? Quizá quien pueda respirar naufragios, palpar horizontes, saltar lunas, oler caricias o leer relámpagos en días soleados.

Avanzan el tiempo y necesita vender horarios para que no se consuma demasiado su alma. Se nutre de arte para sentir que tiene latido. Un latido débil pero presente. Charla con Rodión Románovich un rato, nada en pensamientos y viaja por imágenes que cuentan historias. Se apaga un rato al mundo para encender el suyo y se plantea si vivir es la excusa, el pretexto, la evasiva y la disculpa para escribir, convirtiendo en insignificante la vivencia si de ella se puede beber un cóctel de palabras o tejer una manta de párrafos que naveguen a corriente. ¿O es el escribir el sentido de la vida? ¿Escribimos lo que deseamos que suceda o sucede lo que escribimos? Una herramienta de evasión o algo más profundo que acapara toda nuestra esencia, que condiciona movimientos y que trasciende la existencia. No existe mayor poder en el mundo que el dominio de las letras. En cualquier caso, la escritura no es ficción ajena al sentir o a las entrañas. No cuando el dolor abruma o golpea con ráfagas de estacas que atraviesan como si te arrancaran el órgano vital de tu esencia y percibes, nítido, el desgarro. La escritura no es ficción cuando te hallas en la cárcel de quien no encuentra libertad, ni espacio, ni lugar. De quien no pertenece a nada ni a nadie. Del no amado. De aquel que carga sacos de culpa y teme ser desahuciado de las migajas que le quedan. La escritura no es ficción para el suicida que no encuentra salida y solo con esto mantiene lo que no se puede llamar vida. Pero la escritura debería ser ficción si con ello pudiéramos crear un mundo paralelo con el que escapar de aquello que esclaviza. Ella maldice así la realidad que le consume.

El sol está a punto de salir y, tras su noche de introspección, deberá por fin determinar si continúa o no viviendo. Si pone fin a su vida o comienza a afrontar sus vivencias. Si abandona o abraza quien es.  

Si decide continuar, deberá buscar encajar el sentido de aquello en lo que se ha convertido, aplicar una lógica que consuele el retroceso de sus facultades y la lentitud de sus capacidades para no consumirse en la impotencia de la pérdida. Asumir las huellas que deja el desgaste de la vida y transformarlas en aptitudes que den valor a su propósito. Deberá retroceder a tiempos antiguos, siglos atrás antes de Cristo. Retroceder, por ejemplo, a Esopo y a sus fábulas para escuchar a los sabios e intentar que las moralejas, que escritas nos dejaron, den fruto en el presente. Honrando épocas en las que el conocimiento y el pensar eran, quizá, recompensados. Ella deberá despertar de una agonía que selló demasiado sus ojos, que regó en exceso de cansancio y plantó demasiada hipoteca en una mente que convirtió en torpe. Una agonía que coloca remoto el objetivo y lo transforma en algo borroso y eterno. Y, aunque llevará una venda en sus ojos que marcará un camino separado del resto, la nitidez prevalecerá. Es posible que no sea liebre, sino tortuga, pero asumirá que, aun así, llegará a la meta. 

No obstante, Ella aprendió muy pronto la maldad en el mundo y si decide morir será incapaz de juzgar su concesión a la partida por no superar su vivencia interrumpida, por no lograr coser su ruptura. Ella nunca juzgará a quienes cargan un equipaje tan pesado que ni en los desembarcos se sienten más livianos. A quienes necesiten desaparecer, apagar todo, no ser… A quienes, como ella, aspiren a ser un dibujo borrado. A quienes boicoteen a la vida echándole un pulso al valor, pierdan y se sumerjan en el placer de la evasión. A los cobardes que se aferren a ello antes de que el huracán de la existencia les retuerza las vértebras de su cadáver.  

Se caen los párpados por el cansancio y de todas esas luchas contra aquello que ya de jóvenes asumimos como injusto. Se hunden las comisuras por las decepciones de las esperanzas frustradas y del futuro interrumpido. Pero también asoman arrugas de sonrisas de Duchenne por el agradecimiento de lo que sí logramos y sí tenemos, pues hasta el más pobre y desdichado posee roces de riquezas si sabe verlas y apreciarlas. Por contra, puede el privilegiado sumir su eternidad en la amargura si se arropa en la ceguera de lo que atesora y encierra bajo el candando de la ignorancia que no afronta una fisonomía con múltiples expresiones, tal como la vida.  

Asoman los primeros rayos de sol. Ella sopla su vela y piensa que la vida son luces y sombras que todos llevamos en nuestros rostros. Que quizá a algunas personas les toquen más luces y a otras más sombras, pero que a esto hemos venido, a afrontar la sinfonía de una luminiscencia. Inspirada en su noche de reflexión, en recuerdos dispares y en lo rico que es nutrirse de la variedad y de entender que, al final, todos estamos conectados por una misma raíz, comprende que las sombras constantes impiden ver la luz y que demasiada luz ciega los semblantes, girándonos de nuevo a la oscuridad. Desea que sean las letras quienes descubran el equilibrio. 

La nueva vida de Ella engloba el argumento de la esperanza. Grumos de hojalata evocan un alma en controversia. La polémica de una extenuación que solo puede provocar fortaleza. Lo inverosímil de que lo más frágil sea lo más resistente. Se disipa la repudia emborrachándose de sensatez. Vence el silencio frente al grito y el abismo construye una escalera. 

Cuánta vida innecesaria le tocó en el respirar de sus silencios y cuánto camino perturbado en la espiral de sus intenciones. Marchitas. Se derramaron con delirios embriagados y se entorpecieron con exclamaciones de alerta. Se cocinó el barro entre las tumbas y cantaron castañuelas con martillos. Se arrastraron los aleteos de sigilos y se ocultaron los aromas agradables. Reserva del perfume que aprueba los momentos que no son desechados. Exigencia de una vida. Reciclaje del sentir. Por fin La Monarca despegó de la crisálida y selecciona los manjares. Exquisita la vivencia que despliega la alfombra roja. Emerge la sal de los mares que reverencia al existir. La escritura, alumbrada por la vela, construye la esperanza de un futuro, construye la calidez de lo que un día se heló. Ella es amada. 


Fin

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