UNA EDUCACIÓN. Tara Westover

 


"Todo aquello por lo que había trabajado y todos los años de estudio habían tenido el objetivo de permitirme adquirir un único privilegio: el de ver y experimentar más verdades que las que mi padre me brindaba, y aprovecharlas para construir mi propio pensamiento. Había llegado a convencerme de que la capacidad de evaluar muchas ideas, muchas crónicas, muchos puntos de vista era la base de lo que significa crearse a una misma."

Westover, Tara. Una educación (p. 430). LUMEN. Edición de Kindle. 

"Nacida en las montañas de Idaho, Tara Westover ha crecido en armonía con una naturaleza grandiosa y doblegada a las leyes que establece su padre, un mormón fundamentalista convencido de que el final del mundo es inminente. Ni Tara ni sus hermanos van a la escuela o acuden al medico cuando enferman. Todos trabajan con el padre, y su madre es curandera y única partera de la zona.

Tara tiene un talento: el canto, y una obsesión: saber. Pone por primera vez los pies en un aula a los diecisiete años: no sabe que ha habido dos guerras mundiales, pero tampoco la fecha exacta de su nacimiento (no tiene documentos). Pronto descubre que la educación es la única vía para huir de su hogar. A pesar de empezar de cero, reúne las fuerzas necesarias para preparar el examen de ingreso a la universidad, cruzar el océano y graduarse en Cambridge, aunque para ello deba romper los lazos con su familia."


Este será uno de los libros que me lleve en el recuerdo. En él se combinan muchas de las cosas que más valoro en una lectura: una historia real, la mirada de una mujer, la reivindicación del conocimiento como herramienta de transformación, y una narración tan precisa como conmovedora.

No escribiré mucho más sobre la historia, comencé el post con su sinopsis que puede leerse online en cualquier sitio, no obstante, me gustaría dejar escrita la reflexión a la que me llevó su lectura. Acerca de la importancia del conocimiento, de la educación, del conocer, de leer, de vivir despiertos y atentos al mundo y lo relacionado que está con nuestra capacidad de ser felices y de ser. Porque ¿Cómo puede uno sentirse feliz sin ser?

Somos capaces de identificar algo (cualquier cosa) gracias a que existe su contraste, por tanto ¿Cómo sabe alguien que no busca el mayor de los conocimientos que es realmente feliz? 

¿La confirmación de nuestra felicidad no debería ser directamente proporcional a la cantidad de conocimiento que uno posea?

La frase “uno es más feliz cuanto más ignorante es” es errónea, pues lo que subyace en esa sensación de infelicidad es un problema de gestión emocional. El exceso de conocimiento (que no es lo mismo que la inteligencia) activa una intensidad emocional que no se sabe gestionar. 

No obstante, el conocimiento es la protección que nos conduce hacia una buena gestión emocional, resolviendo conflictos de forma adecuada, transformando todo el saber en bienestar, enseñándonos a regular nuestras emociones y pensamientos frente a la vastedad de la información que nos puede desbordar. Con él podemos alcanzar la felicidad auténtica y sostenible. 

El conocimiento bien integrado te da herramientas, no una condena.

Vamos por partes:

El identificar las cosas por su contraste es un principio básico de percepción y cognición: entendemos lo que es la luz porque existe la oscuridad, lo que es el frío porque existe el calor. La felicidad, por tanto, se suele identificar en contraste con el sufrimiento o la insatisfacción.

Alguien "ignorante" (en el sentido de alguien que desconoce muchas realidades del mundo o de sí mismo) puede sentir placer o alegría, pero difícilmente puede ponerle nombre o comprenderlo en profundidad si no tiene con qué compararlo o si no se ha enfrentado al sufrimiento consciente.

Más conocimiento implica más conciencia emocional, pero no necesariamente menos felicidad. Sí una felicidad más lúcida, más compleja. Quien sabe más, siente más (en intensidad y en matices), y eso puede ser un regalo o una carga, dependiendo de cómo se gestione.

El "cuanto más sabes, más sufres" no es porque el conocimiento sea malo en sí, sino porque no nos enseñan a sostener emocionalmente la complejidad que conlleva. Aprendes sobre injusticias, sobre la finitud, sobre contradicciones humanas... y si no tienes herramientas emocionales para integrar eso, te colapsas o te vuelves cínico.

No es más feliz quien menos sabe, sino quien mejor sabe sostener lo que sabe.

La ignorancia muchas veces protege porque no pone al sistema emocional bajo tensión. Pero eso no es felicidad plena, es una especie de anestesia. Y de lo que se trata es de sabiduría emocional.

No es el saber lo que amarga, es la falta de contención emocional ante lo que se sabe.

Hay que separar conocimiento de inteligencia y la gestión emocional incluirla en la inteligencia. El conocimiento, no solo es teórico, pues puede venir de nuestra propia experiencia vital, y sí, puede cargar más, pero ayuda a identificar mejor si realmente somos o no felices (tenemos con qué comparar) y el conocimiento nos da herramientas (es el camino) hacia una inteligencia más útil que puede usarse para aprender a gestionar. 

El conocimiento es la acumulación de información (propia o ajena), y la inteligencia es la capacidad de procesarla, integrarla, usarla, entenderla. La gestión emocional es inteligencia, no conocimiento.

Saber que algo duele no es lo mismo que saber cómo sostener ese dolor.

Esa idea de que “el ignorante vive mejor” es un consuelo fácil. No saber que eres infeliz no te hace feliz, solo te hace ajeno a tu malestar hasta que se manifiesta en forma de ansiedad, somatización, dependencia, vacío... Pero de alguna forma, la vida siempre se filtra.

La ignorancia no te protege de la vida, pero sí te impide tener la habilidad de resolver de forma adecuada e incluso resuelves de una manera más perjudicial para ti. 

La ignorancia no protege, solo te deja indefenso sin saberlo.

El conocimiento como camino hacia una inteligencia más útil. La vida nos rompe, pero también nos instruye. Cuanto más conoces, más mapas tienes para ubicarte, más referencias para interpretar tu mundo interno y externo. Eso no te hace automáticamente más feliz, pero sí más capaz de construir una felicidad más genuina.

Si alguien es encerrado en una jaula desde que nace es ignorante a otra forma de vida, pero le dolerá el cuerpo, sentirá incomodidad. A pesar de no ser consciente de ser infeliz, sufre la infelicidad. 

Esa persona no sabrá que existe el campo, pero sabrá que está incómoda, frustrada, dolida, aunque no sepa por qué. Y eso basta para desmentir la idea de que la ignorancia da más felicidad.

La romantización de la ignorancia que muchas veces se repite como consuelo o excusa para no mirar de frente es una pasividad ante la responsabilidad que tenemos para con nosotros y con el mundo.

La verdadera infelicidad no es saber qué duele, sino no saber por qué duele y no poder hacer nada con eso.




Comentarios

Entradas populares