TODO LO QUE TENGO LO LLEVO CONMIGO. Herta Müller

 

"Qué vivo hay que ser cuando eres el primero en descubrir al fallecido. Hay que desnudarlo rápidamente, mientras mantiene la flexibilidad y antes de que otro se lleve su ropa. Hay que sacar del almohadón el pan ahorrado antes de que aparezca otro. La recolección es nuestra forma de duelo. Cuando la camilla llega al barracón, la dirección del campo no debe tener nada que llevarse, salvo el cadáver. Si el fallecido no es un conocido personal, sólo se ve la ganancia. La recolección no es mala; en el caso inverso el cadáver haría lo mismo contigo y no se lo tomarías a mal. El campo de concentración es un mundo práctico. Uno no puede permitirse sentir vergüenza u horror. Se actúa con una indiferencia estable, quizá con acobardada satisfacción. Ésta no tiene nada que ver con la alegría por el mal ajeno. Creo que cuanto más disminuye el temor a los muertos, más apego se tiene a la vida."

Herta Müller, Premio Nobel de Literatura en 2009, escribe esta obra de ficción basada en hechos reales para relatar la experiencia de su amigo Oskar Pastior, poeta rumano-alemán (Leo Auberg en la novela). La obra fue publicada originalmente en alemán en 2009 con el título Atemschaukel.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Stalin (cuyo nombre significa “hombre de acero” en ruso) ordenó la deportación de alemanes étnicos —sobre todo de Europa del Este— a campos de trabajo forzado (gulags) en la Unión Soviética como una forma de castigo colectivo.

"Ninguno de nosotros luchó en ninguna guerra, pero para los rusos éramos culpables de los crímenes de Hitler por nuestra condición de alemanes."

Stalin, tras la guerra, decidió castigar colectivamente a los alemanes étnicos, tuvieran o no relación con el nazismo. Creía que eran traidores o aliados del régimen nazi por el simple hecho de su etnia. Muchos fueron deportados a campos de trabajo donde murieron por hambre, frío y agotamiento. El dictador utilizaba la represión como forma de control y castigo político, provocando un nivel de sufrimiento y muerte atroz. Así, durante y después de la Segunda Guerra Mundial, ser "alemán étnico" se convirtió en una condena.

Es curioso que quien fuera clave en la derrota del nazismo y en convertir la URSS en una superpotencia también fuera responsable de uno de los regímenes más represivos del siglo XX, comparable en brutalidad con el de Hitler.

Stalin dejó una huella profunda de miedo, represión y silencio en millones de personas, y esto lo refleja Müller en Todo lo que tengo lo llevo conmigo.

Oskar Pastior fue uno de esos alemanes étnicos deportados a un campo de trabajo soviético a los 17 años. Se hizo amigo de Müller en Alemania y le contó con todo detalle su experiencia: el hambre, el frío, las humillaciones, los castigos absurdos… Ambos empezaron a trabajar en la idea de convertir esos recuerdos en una novela. Pero el poeta murió en 2006, antes de terminarla. Müller, tal y como relata, ya tenía cuatro cuadernos de notas y decidió continuar el proyecto en solitario usando todo lo que él le había contado, pero con un estilo literario propio que aporta desde su sensibilidad.

Todo esto convierte al libro en una obra extremadamente especial y única, donde los recuerdos de Oskar Pastior son transformados en novela a través de una prosa cargada de imágenes potentes y metáforas que rozan lo onírico. El hambre, el frío y la muerte se convierten en personajes; el lenguaje es poético y la narración, profundamente introspectiva, nos ofrece un libro incómodo y conmovedor que obliga a reflexionar sobre lo que implica cargar con una experiencia que no se puede dejar atrás.

"Sesenta años después sueño que me han deportado por segunda, por tercera, e incluso por séptima vez. Coloco mi maleta del gramófono junto a la fuente y vago de un lado a otro por la plaza del recuento. Aquí no hay ninguna brigada, ningún nachálnik. No tengo trabajo. Estoy olvidado del mundo y de la nueva dirección del campo. Apelo a mi experiencia como veterano. A fin de cuentas, tengo mi pala del corazón; mi turno de día y mi turno de noche fueron siempre una obra de arte, explico. Yo no soy un paria, algo sé. Soy experto en sótano y escoria. Desde mi primera deportación llevo un trozo de escoria azabache del tamaño de un escarabajo incrustado en la espinilla. Señalo el lugar de la espinilla como si fuese una condecoración al valor. No sé dónde debo dormir, aquí todo es nuevo. Dónde están los barracones, pregunto. Dónde está Bea Zakel, dónde está Tur Prikulitsch. La coja Fenja viste en cada sueño una rebeca de ganchillo diferente, y encima siempre el mismo chal de paño blanco del pan. Ella dice que en el campo no hay dirección. Me siento desamparado. Aquí nadie quiere acogerme, y no puedo marcharme en ningún caso. A qué campo ha ido a parar el sueño."

 


En el verano de 1944, cuando el Ejército Rojo ya se había adentrado bastante en Rumana, el dictador fascista Antonescu fue detenido y ejecutado. Rumanía capituló, y de manera totalmente sorprendente declaró la guerra a la hasta entonces aliada Alemania nazi. 

En enero de 1945, el general soviético Vinogradov exigió en nombre de Stalin al gobierno rumano que todos los alemanes que vivían en Rumanía contribuyesen a la «reconstrucción» de la Unión Soviética, destruida durante la guerra. Todos los hombres y mujeres entre 17 y 45 años fueron deportados para realizar trabajos forzosos en campos de trabajo rusos. 

También mi madre pasó cinco años en un campo de trabajo. Como recordaba el pasado fascista de Rumanía, el tema de la deportación era tabú. Sólo en familia y entre personas de mucha confianza, ellas mismas deportadas, se hablaba de los años en el campo de trabajo. Y únicamente a través de alusiones veladas. Esas conversaciones furtivas acompañaron toda mi infancia. No comprendía sus contenidos, pero percibía el miedo. 

En 2001 comencé a consignar conversaciones con personas de mi pueblo que en su momento habían sido deportadas. Yo sabía que también Oskar Pastior había estado en un campo, y le conté que me gustaría escribir sobre ello. Él quiso ayudarme con sus recuerdos. Nos reuníamos con regularidad, él contaba y yo anotaba. Pronto surgió el deseo de escribir el libro juntos. 

Cuando Oskar Pastior murió repentinamente en 2006, yo tenía cuatro cuadernos llenos de notas manuscritas, además de esbozos para algunos capítulos. Tras su muerte me quedé como paralizada. La cercanía personal derivada de mis anotaciones engrandeció aún más la pérdida. Sólo después de un año, y tras una larga lucha interior, me decidí a despedirme del «nosotros» para escribir sola una novela. Pero sin los detalles de Oskar Pastior sobre la vida cotidiana en el campo no habría podido hacerlo.

HERTA MÜLLER, Marzo de 2009




Comentarios

  1. Confieso que no he leído nada de Herta Müller y siempre la tuve entre mis pendientes eternos. La historia aquí resumida me recuerda, salvando las distancias, a la de mi propia familia. El año pasado mi madre me entregó “la crónica de la familia”, que mi bisabuelo escribió tras tener que abandonar a toda prisa Breslau. Es el relato más emotivo que he podido leer hasta la fecha y pensaba o bien traducirla o novelarla porque arroja también un episodio olvidado, como es el de los alemanes que tuvieron que dejar sus hogares y padecer los horrores de la guerra. De hecho una tía abuela mía murió en la huida. Anoto el título. ¡Un abrazo!

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    1. Qué brutal lo que vivió tu familia, y qué potente tuvo que ser leerlo. Hay historias que, por su valor humano y social, merecen ser difundidas. Es un acto de justicia hacer todo lo que podamos para que esas vivencias no queden sepultadas en el olvido. Así que me parece una idea increíble, conmovedora y MUY valiosa. Un abrazo muy grande :)

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