26 de febrero de 2023
Ella, que quería ser poema, que confió en las letras, en la literatura, en los trazos de las palabras donde deseaba vivir y hacer y sentir hasta que descubrió que “la palabra no es patria ni refugio sino la intemperie y la desolación”. Niebla. Unamuno y un sinfín de laberintos bibliográficos. Timbres que no responden y deseos que no hallan satisfacción. Confusión. Soledad. Dolor. ¿Cómo hacer cuando el refugio cae por el peso de un domingo eterno?
En algunos casos (muy pocos) es posible que incluso la justicia actúe bien. Que el culpable sea castigado y la víctima indemnizada. Pero, aun así, hay delitos que dejan tal cicatriz que jamás podrán ser reparados porque marcan de por vida. Son los que tatúan circuitos de miedos en nuestra memoria, los que fragmentan nuestra esencia y hacen añicos cualquier conexión sana que fuera establecida de antemano. Ni el Kintsugi podría restaurar sin fisuras, pues el oro también deja grietas y tampoco es inmune al miedo.
Me pregunto si es la venganza restaurativa cuando ni si quiera me siento recompensada por una justicia, ni poética ni legal.
Mi justicia son las letras que obligan a transcribir que recuerde lo que soy. Que levantan un refugio en mi mente cuando allá afuera, todo es frío y desamparo. Y aunque mi cabeza sea enemiga y hogar, es lo único que logra hacer familia. El intelecto, el reproche de un grito que manifiesta que si quiere podría morir, el consuelo de que al menos se tiene ese poder en las manos es quizá lo poco que queda cuando se vive aislada. Cuando sentada entre la gente no sientes conexión ni apego. Cuando todos ríen y tú observas seria preguntándote por qué tus labios no saben sonreír. Observar, observas mucho a las personas buscando de forma obsesiva ese punto en común que no encuentras, pues ya no te caen bien ni los personajes de los libros que eliges leer. Te preguntas si es normal, si es humano este aislamiento. Si convives con tu mente en otro plano apático donde nada es interesante y solo te atraen aquellos que ansían soledad porque sienten que son los únicos en el mundo que tienen algo que decir, que no son ruido. No es raro, por tanto, que leas a Pizarnik y subrayes y tomes notas y sientas calor y abrazo. Pero leerla es narcisismo, porque quieres verte a ti y te preguntas cuándo empezaste a ser así. Así de rara, de extraña al mundo. Cuándo te involucraste tanto en tu mente para poder sobrevivir que desechaste lo exterior. Cuándo te volcaste en los libros que calmen el ansia de una búsqueda de luz, que trasmitan empatía con similitudes en sus historias, que te acompañen, que te abracen. Que alarguen y estiren un poco el tiempo hasta que al menos aún quedé algo de fuerza. Hasta que esta vida que decidas siga en pie. Cuándo comenzaste a evadirte en este cálido lugar donde no hay mal, ni miedo, ni dolor, pero tampoco realidad ni vida. Cuándo comenzaste a vivir a través de las letras. Esas, que tanto expresan pero que nada sangran. Y la vida es atreverse a sangrar, aunque caiga el refugio por el peso de los domingos eternos, aunque nos quede el comodín del suicidio que alivie la incertidumbre y nos dé tregua con la dignidad del “yo decido”.
Se oyó latir un corazón en la coraza."
Dijo María Negroni, de su libro El corazón del daño, pero yo quiero que sea de mi vida.
Escritos de madrugada. Apuntes tras leer la biografía de Pizarnik, y algunos de sus poemas y diarios. Reflexión tras leer el libro "El corazón del daño" de María Negroni.
Fascinada por ambas.
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