MEMORIAS DE LA CASA MUERTA. DOSTOIEVSKI
Dostoievski fue condenado por un «crimen literario»: la lectura pública de la famosa «Carta a Gógol» que escribió Visarión Bielinski en 1847 como respuesta crítica a los Pasajes selectos de la correspondencia con mis amigos. En ella, el gran crítico literario ruso, tras atacar despiadadamente esa extraña e incomprendida obra de Gógol, declaraba, a modo de manifiesto político: Rusia no necesita sermones (¡ya ha escuchado bastantes!) ni rezos (¡bastante los ha repetido!), sino el despertar en el pueblo de un sentimiento de dignidad humana, durante tantos años perdido en la suciedad y el estiércol, y de derechos y leyes conformes no con las enseñanzas de la Iglesia, sino con un sentido racional y justo [...]. Las cuestiones nacionales de más viva actualidad en Rusia son, en este momento, la liquidación del régimen de servidumbre, la supresión de los castigos corporales, la aplicación, según las posibilidades, del cumplimiento estricto siquiera de las leyes ya existentes. Esto lo siente hasta el mismo gobierno (que sabe muy bien lo que hacen los terratenientes con sus campesinos y a cuántos de los primeros degüellan anualmente los últimos).
Dostoievski fue enviado al presidio militar de Omsk, donde cumplió su condena a trabajos forzados desde el 23 de enero de 1850 hasta el 15 de febrero de 1854. Después sirvió como soldado –posteriormente ascendería hasta subteniente– en el Séptimo Batallón de línea de Semipalatinsk, hasta marzo de 1859. Gracias a la amnistía promulgada por el zar Alejandro II al llegar al trono en agosto de 1856, tras la muerte de Nicolás I, Dostoievski recobró sus derechos civiles, pudo solicitar el retiro del ejército y fijar su residencia, en agosto de 1859, en Tver, hasta que finalmente fue autorizado, a mediados de diciembre, a regresar a San Petersburgo, ciudad en la que pudo proseguir su oficio de escritor. Después de prácticamente diez años de tener prohibido publicar con su nombre, vio la luz en marzo de 1859 el relato El sueño del tío y, unos meses después, la novela La aldea de Stepanchíkovo y sus habitantes. A comienzos de 1860 apareció su traducción de El último día de un condenado a muerte, de Dumas; en septiembre de ese mismo año publicó los primeros capítulos de las Memorias de la casa muerta.
Esta obra tiene un gran valor histórico como documento de la sociedad rusa de mediados del siglo XIX y como memoria escrita de un acontecimiento decisivo en la vida del escritor. El libro pone de manifiesto su inquebrantable compromiso ético y cívico frente a la tortura y el horror.
Denuncia la pésima organización de la justicia y del sistema penitenciario en Rusia, las torturas, humillaciones y castigos a los que eran sometidos los presos. A ello se añade una penetrante, breve y original reflexión intercalada a lo largo del relato a modo de ensayo (o estudio, en la acepción de Dostoievski) sobre el «crimen» y los «castigos», la psicología criminal, la filosofía del bien y del mal, la violencia y, en última instancia, la condición humana.
La obra de Dostoievski descubrió la existencia de los presidios de Siberia y la durísima vida de los presos y fue decisiva para impulsar una reforma judicial en Rusia en 1864 y la abolición –parcial– de los castigos corporales.
Extraído del prólogo del libro "Memorias de la casa muerta"
“Desde luego, los penales y el sistema de trabajos forzados no corrigen al criminal; solo le castigan, preservando a la sociedad de nuevos atentados de un delincuente contra su tranquilidad. En el criminal, el presidio y los trabajos forzados más duros solo fomentan el odio, el ansia de placeres prohibidos y una terrible imprudencia. Estoy firmemente convencido de que el famoso sistema celular consigue solo resultados falsos, engañosos y superficiales.”
Relato impactante que no deja indiferente, que alude a la conciencia de cualquiera que tiene un mínimo de esta. ¿Empatizar con el asesino, el parricida, el malvado? Supongo que tan solo se trata de humanizar al que cometió actos inhumanos. Criminales que también enferman, sienten frío y soledad.
“Ha bastado con permitir a estas pobres gentes que vivieran a sus anchas por un rato, que se divirtieran como personas normales, que pasaran al menos una hora apartados de la rutina del penal, y estos hombres se han transformado moralmente, aunque solo fuera por unos pocos minutos...”
Hasta el humano más deshumanizado responde mejor a un trato digno.
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