ENSAYO SOBRE LA CEGUERA. JOSÉ SARAMAGO

 


“Todos tenemos nuestros momentos de flaqueza, menos mal que todavía somos capaces de llorar, el llanto muchas veces es una salvación, hay ocasiones en que moriríamos si no llorásemos.”

Revelación que explica mis días y mi padecimiento. Leo el relato con la misma vista que siento la ceguera que en el mismo se describe. Me siento tuétano de las letras que avanzan. Ceguera blanca, que no de tinieblas, aunque las pesadillas que me sumergen en la invidencia sean propias de la oscuridad. Se apagaron mis ojos cuando cada noche, avergonzada, la comida que ingiero a escondidas me recuerda que he vuelto a ser esclava de la bulimia, cuando lloro por la purga de mi entreno, por los recuerdos de mi inutilidad, por la plaza que no logro, las horas de estudio que no dan su fruto o los años que avanzan sin ser probados. ¿Cómo es posible que avance una vida que no ha sido vivida? ¿Por qué aparecen arrugas y canas si yo me congelé hace ya tiempo? Demasiado arraigado el instinto de supervivencia con el que nacemos que no nos deja ver con claridad. Siempre aspirando a un posible futuro en el que mejoren las cosas, en el que el final sea acorde al del libro. No es la vida un libro de ficción y no es un libro de ficción la vida. Tuétano. Que se aferra a las paredes, a los bordes y camina a cuatro patas para sentirse más seguro. Quizá médula o espina o algo que habite por dentro. Que pueda aspirar a sentir el miedo, la soledad, la vergüenza y la tristeza. El dolor. Que no se sorprenda de la maldad humana. Y sí de la capacidad de lucha o de esperanza. Que se sorprenda a sí misma ante el sentimiento de cansancio y piense que para qué tantas páginas relatando esa batalla por intentar sobrevivir. Solo un final de ficción hace que merezca la pena, pero la vida… ¡Ay, la vida!, es tan distinto… Podemos pasar una ceguera eterna llena de sufrimiento con la esperanza del final de Saramago, que puede o no pasar, acabar teniendo sentido o que todo sea en vano. Arriesgarnos o descansar y que nada importen los finales. ¿Quién dijo que el final deba ser elegido por la vida? ¿Tengo miedo a acortar el fin, aun cuando la meta sea la misma? Sí, tengo miedo, miedo a perderme un cambio inesperado, miedo a aceptar que me rindo, miedo a la ceguera eterna, miedo a que se acaben las oportunidades para siempre. Miedo a la nada o quizá a las tinieblas. Miedo a no sentir nada, ni siquiera miedo. Porque una vez soñé que moría y sentí que moría y aquello era la nada, el vacío profundo, no había sol ni había luna, ni frío ni calor, ni luz ni oscuridad. Era un abismo sin profundidad, un silencio sin eco, una auténtica falta de existencia. Y comprendí que no se descansa en la muerte porque no hay conciencia de descanso. Solo es nada. Y yo, lo que deseo, es descansar. ¿Y si no hallo calma ni en la ceguera, ni en la vista, ni en la muerte? Si se puede estar ciego viendo ¿a qué categoría pertenezco? Supongo que solo soy tuétano, médula, espina… trozos, partes de algo, de alguien. Tengo esa esperanza. Al menos tendría una función en esta vida que me ha tocado. Al menos aportaría algo.  

Son días de llorar, así que supongo que no moriré. 

Comentarios

Entradas populares