EICHMANN EN JERUSALÉN. Hannah Arendt

 

Ayer terminé este maravilloso libro y me preguntaba si debería o no comentarlo, pues me siento demasiado insegura debido a mi falta de conocimiento. No obstante, he concluido que es mejor compartir un pensamiento errado que pueda ser corregido a callarlo y estar toda la vida vagando en la ignorancia. 

Dudé de Hannah Arendt a lo largo de las páginas. Si bien, vi más claro en la película el papel de Eichmann y la lógica que llevaba a considerarlo una persona "sin pensamiento”, el libro me lo puso más difícil, pues ahonda en hechos históricos y controvertidos que yo desconocía. Me dejé llevar, como sucedió posiblemente con muchos de sus detractores -de Hannah- por lo visceral y no vi lo importante de su razonamiento. Algo a lo que solo pueden llegar las personas, en mi opinión, que realmente dejan atrás los prejuicios y van más allá con un raciocinio impoluto y limpio. 

Cuando por fin lo comprendí, me di cuenta del error tan grande que se cometió, del porqué de su lucha, de lo importante de su lucha. Si las cosas se hubieran hecho como Hannah exclamaba SÍ se habría hecho una verdadera justicia. Pero la rabia, lo superfluo, las vísceras nos nublaron… Entendí que una mente como la suya es de una limpieza excepcional, porque incluso siendo víctima, logró ver lo que casi nadie vio, ni quiso ver. Si el caso de Eichmann se hubiera tratado como Hannah explicaba, sí se hubiera sentado un precedente muy importante para la seguridad internacional. Solo se dio una solución superficial y pequeña de la que nada se sacaba, un teatro, una exhibición, un “cuadro”. Hannah buscaba una reparación, una justicia basada en construir, de alguna forma, lo que fue destruido.

Ya Hannah expone al principio que El objeto del juicio fue la actuación de Eichmann, no los sufrimientos de los judíos, no el pueblo alemán, ni tampoco el género humano, ni siquiera el antisemitismo o el racismo.”

Arendt quería demostrar “lo poco dispuesto que estaba el pueblo de Israel y el judío en general, a considerar que los delitos de que Eichmann fue acusado carecían de precedentes.” […] 

Las leyes de Nuremberg de 1935 legalizaron la discriminación anteriormente practicada por la mayoría alemana contra la minoría judía. […] El delito implícito en las leyes de Nuremberg era un delito internacional; estas leyes violaban los derechos y libertades nacionales, constitucionales, pero ello no importaba a la comunidad de las naciones. Sin embargo, «la emigración forzosa» o la expulsión, que pasó a ser instrumento de política nacional a partir de 1938, sí importó a la comunidad internacional, por cuanto aquellos que habían sido expulsados aparecían en las fronteras de otros países, que o bien quedaban obligados a aceptarlos como huéspedes no invitados, o bien a pasarlos de contrabando a otros países igualmente renuentes a aceptarlos. En otras palabras, la expulsión de nacionales constituye ya un delito contra la humanidad, si es que por «humanidad» entendemos la comunidad de naciones únicamente. Tanto el delito nacional de la discriminación legalizada como el delito internacional de la expulsión no carecían de precedentes, incluso en la época contemporánea. […] La expulsión y el genocidio, ambos delitos internacionales, deben considerarse aparte. La primera es un delito contra las otras naciones, y el segundo es un ataque a la diversidad humana como tal, es decir, a una de las características de la «condición humana», sin la cual los términos «humanidad» y «género humano» carecerían de sentido. 

Si el tribunal de Jerusalén hubiera comprendido que existen ciertas diferencias entre expulsión, genocidio y discriminación, hubiera quedado inmediatamente aclarado que el mayor crimen que ante sí tenía, a saber, el exterminio físico del pueblo judío, era un delito contra la humanidad, perpetrado en el cuerpo del pueblo judío, y que únicamente la elección de las víctimas, no la naturaleza del delito, podía ser consecuencia de la larga historia de antisemitismo y odio hacia los judíos. En tanto en cuanto las víctimas eran judíos, resultaba justo y pertinente que los jueces fueran judíos; pero, en tanto en cuanto el delito era un delito contra la humanidad, exigía que fuera un tribunal internacional el que asumiera la función de hacer justicia. [...] Entre las numerosas y muy autorizadas voces que formularon objeciones a la competencia de jurisdicción del tribunal de Jerusalén, y se mostraron favorables a la constitución de un tribunal internacional, tan solo una, la de Karl Jaspers, declaró […], que «el delito contra los judíos era también un delito contra el género humano», y que, «en consecuencia, únicamente un tribunal que represente al género humano puede dictar sentencia». […] Además, Jaspers dejó sentado que una sola cosa era cierta: «Este delito es, al mismo tiempo, más y menos, que un asesinato común», y, aun cuando tampoco era un «crimen de guerra», no cabía la menor duda de que «el género humano sería destruido si se permitía que los estados cometieran tales delitos». 

[…] estas objeciones puramente formalistas hubieran podido ser contrarrestadas si Jaspers no se hubiera referido al tribunal de justicia de Jerusalén, sino al Estado de Israel, el cual se hubiera podido inhibir de ejecutar la sentencia, vista la naturaleza sin precedentes de los delitos apreciados en esta. Entonces, Israel hubiera podido recurrir a las Naciones Unidas, y demostrar con las pruebas ya practicadas, la imperativa necesidad de establecer un tribunal internacional que entendiera en aquellos nuevos delitos cometidos contra el género humano. E Israel hubiera podido «crear una saludable inquietud» por el medio de preguntar una y otra vez qué debía hacer con aquel hombre al que tenía prisionero en su territorio. La constante repetición hubiera hecho comprender a la opinión pública mundial la necesidad de crear un permanente tribunal internacional de lo penal. Solamente así, creando una «situación tensa», preocupando a los representantes de todas las naciones, hubiera sido posible evitar que los «pueblos del mundo quedaran con la conciencia tranquila», y que «la matanza de judíos se convirtiera en el tipo de delito modelo de otros futuros delitos, un pálido ejemplo, a escala reducida, del genocidio del futuro». La monstruosidad de los hechos ocurridos queda «minimizada» ante un tribunal que únicamente representa a un Estado. Este argumento en favor de un tribunal internacional fue lamentablemente confundido con otras propuestas basadas en consideraciones muy distintas y de mucho menos peso. Abundaron los amigos de Israel, judíos y no judíos, que temieron que el proceso de Eichmann dañara el prestigio del Estado israelita, y provocara una reacción antijudía en todo el mundo. Se creyó que los judíos no tenían derecho a asumir el papel de jueces y parte al mismo tiempo, y que tan solo podían ejercer la función de acusadores. 

Otro problema añade Hannah al juicio de Jerusalén, el de no haber establecido el perfil del nuevo tipo de delincuente que comete este tipo de delito. Un hombre “normal” no sádico y ni macabro (aunque quieran verlo así), que responde al simple autoritarismo. La banalidad del mal. 

La Psicología Política en cierto modo "afrontó" este problema, indirectamente. Tras la Segunda Guerra Mundial, una civilización horrorizada por los hechos acontecidos necesitó dar respuesta a actos que no tenían explicación. Se empezaron a elaborar teorías, escalas e investigaciones en base a lo sucedido. Quizá con muchos de los resultados obtenidos, Bob Altemeyer y otros, se habría podido aclarar y demostrar qué tipo de persona era Eichmann y cómo se sustentaba su "conciencia". 

Las palabras finales que Hannah Arendt dedica a Eichmann, que explica, deberían haber sido las palabras que los juzgadores debieron dirigirle, son el cierre magistral que borraron de mi mente y de mi alma todo tipo de duda. 

Entiendo que este libro debe llevar muchas más lecturas. A medida que se avance el conocimiento de los hechos irá aportando más entendimiento. Son innumerables las referencias que en él se exponen. Está enormemente documentado y es un “tesorito” lleno de pasadizos que habré de ir descubriendo… 

Qué grandes las personas que enseñan, que escriben, que se forman, que piensan, que son tan pulcras en sus razonamientos… Quisiera que los países estuvieran gobernados por ellas. Que al menos se exigiera este nivel para llegar a un puesto de tal responsabilidad. Y al pueblo soberano no le quitemos, encima, la capacidad de tener una democracia más igualitaria, justa, consciente, despierta, educada, que pueda identificar a una Hannah Arendt sin dudar y no la vayamos proveyendo del nivel de quien vota al dirigente solo por su aspecto, por rifa o porque le “cae bien”, de un Fahrenheit encubierto donde se destierra a  las mentes excepcionales...


Comentarios

  1. Es verdad que es una lectura que te abre a otras y siempre será de debate. Recién vi "El último de los injustos", de Claude Lanzmann, donde entrevistaba a Benjamin Murmelstein, el último de los miembros del Consejo Judío en Theresienstadt y se defendía de las recriminaciones de Arendt. Y da para reflexionar y debatir. Sin embargo, tras otras lecturas y visionados, yo siempre he dudado pero también me he posicionado por Hannah Arendt. Creo que lo que expuso y su planteamiento fue crucial para el debate y pienso igual que ella, aunque sea debatible, me equivoque, etc.: había que resistir, había que renunciar y rebelarse. Sí, hay que juzgar.

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    1. Totalmente de acuerdo. Y, con permiso, sigo tus huellas y me apunto la peli. Ahora releo libros o películas y me doy cuenta de menciones que antes pasaban desapercibidas y resulta que hay muchísimas alusiones a estos hechos. Tenías tanta razón en todo lo que me explicaste de los líderes judíos en los campos... En fin, como dices es un tema que da mucho para reflexionar y debatir. Ha sido un placer que me abrieras al mundo de Hannah. Poco a poco me iré leyendo el próximo libro "Los orígenes del totalitarismo", a ver si lo saco de la biblio :)

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