APEGO Y PSICOPATOLOGÍA. Manuel Hernández Pacheco. La Disociación y otros retales.


Libros de Manuel Hernández Pacheco, licenciado en biología y psicología por la Universidad de Málaga. Presidente de la Asociación Española del Trauma Psicológico (AETPS). Psicólogo Sanitario y docente como ponente nacional e internacional. 


DISOCIACIÓN

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Uno de los mecanismos de regulación emocional más importantes de la psique humana.

Nacemos con siete sistemas biológicos básicos: ira, apego, miedo, búsqueda, lujuria, cuidado y pánico (Panksepp y Biven, 2011). Desde el momento del nacimiento, el niño hará lo necesario para vincularse afectivamente a su madre y, posteriormente, al resto de cuidadores (Schore, 2010). De una forma natural, desarrollará sistemas centrados en el apego y sistemas centrados en la exploración. Ambos son básicos para el desarrollo emocional y madurativo normal de un niño. Tanto si los progenitores no cuidan del niño (no atendiéndolo o agrediéndolo) o lo sobreprotegen (no permitiéndole explorar o jugar, y/o inculcándole el miedo a todo), este verá frustrado el desarrollo normal de sus sistemas biológicos.

Si ocurre algo peligroso o molesto, el niño recurrirá a los cuidadores para que le ayuden a regularse y volver a un estado de bienestar. ¿Pero qué ocurre si las mismas personas que tienen que cuidarle son las que le hacen daño? ¿O si siente que no hay nadie disponible para ayudarle a regularse cuando las cosas no van bien? En ese caso, se activan dos sistemas incompatibles entre sí: el sistema de apego a los progenitores y el sistema de defensa hacia las mismas personas que debían protegerle. Estas rupturas en la conexión emocional provocan ansiedad por separación, miedo e ira. La mayoría de las veces esto conlleva un proceso madurativo sano que permite que el niño aprenda a autorregularse en situaciones de estrés, pero en casos más patológicos provocará problemas en su capacidad de regularse a sí mismo y en relación con los demás. 

Cuando hay abusos graves –sean físicos, emocionales o sexuales–, el cerebro del niño tratará de crear estrategias de control o regulación que permitan sobrevivir a la amenaza. Si el miedo supera la capacidad de defensa del niño, se producirá una inmovilización física, un estupor emocional, una activación del nervio dorsovagal que, como vimos en el capítulo 2, conocemos como disociación traumática (Hill, 2015). 

Si la amenaza proviene de los cuidadores, el niño experimentará una paradoja irresoluble, por un lado tenderá a buscar la protección de estos y, al mismo tiempo, sentirá la necesidad de alejarse de ellos. El cerebro creará unas redes neuronales (engramas) centradas en el apego a sus progenitores y, simultáneamente, creará otras que mantendrán un nivel de alerta frente a las figuras de apego, por si se vuelve a producir una ruptura en el vínculo de forma amenazante. Estos sentidos divididos del yo y los patrones asociados son lo que llamamos «partes disociadas de la personalidad» (Boon et all. 2014). Según Van der Hart (2011): «La teoría de la disociación postula que en situaciones traumáticas durante el apego, la personalidad del paciente se divide en dos o más subsistemas o partes disociativas.

Estas son disfuncionalmente rígidas en sus funciones y acciones, creándose partes que están centradas en los sistemas de acción de la vida diaria que llamaremos parte aparentemente normal (PAN); esta parte estaría centrada en la evitación de los recuerdos traumáticos. Otras partes que llamaremos partes emocionales (PE) estarían fijadas en el trauma soportando una fuerte carga emocional» (pág. 69). 

La disociación actúa como mecanismo de evitación de algo que excede las capacidades de afrontamiento y resulta imposible de manejar o soportar en ese momento, con consecuencias graves y traumáticas que pueden dañar al individuo para siempre. Las amenazas pueden ser variadas, como un accidente, una enfermedad del individuo o de los cuidadores, o la muerte de algún familiar cercano. 

La forma de los padres de regularse y regular al niño será fundamental para que el cerebro trabaje en la resolución del malestar y la incertidumbre. El niño debe mantener el vínculo afectivo con los cuidadores a toda costa, por lo que los fallos en la regulación diádica se internalizarán en su mente como faltas propias (Fosha, 2000). Es como si la mente del niño tuviera que decidir entre «mis padres no son perfectos» o «yo no valgo» y, en todas las ocasiones (hasta la adolescencia), la mente del niño asumirá la segunda opción (Knipe, 2015). Es preferible sentir que no valgo a perder los vínculos emocionales y físicos con los cuidadores. Las razones biológicas de esto son obvias, el contacto físico con los cuidadores supone una cuestión de vida o muerte en todos los mamíferos, en los seres humanos además es necesaria una relación emocional adecuada. En los niños la sensación de que los padres son defectuosos impide poder restaurar o solucionar lo que no funciona, es decir anula toda posibilidad de control y por lo tanto la restauración del vínculo del apego. El niño seguirá jugando, yendo a la escuela, etc. (PAN), pero habrá partes de su mente que guardarán miedo de volver a sufrir la situación traumática (PEs) y hará todo lo necesario para no volver a sentir el miedo. El conflicto entre acercamiento y la evitación a los cuidadores que no puede ser resuelto por el niño promueve una disociación estructural entre partes fijadas en acciones de apego y en acciones defensivas que están en conflicto unas con otras. 

Busch et al. (2012) refieren: «Los pacientes traumatizados se defienden a sí mismos contra todas las implicaciones de sus experiencias traumáticas, emociones y sensaciones que no pueden soportarse como rabia, vergüenza, culpa, abandono que provocan defensas inconscientes para poder soportarlas y manejarlas. Una de ellas es a menudo la disociación, en la que los pacientes se sienten desconectados de los otros, de la realidad y de sus propios estados emocionales…» (pág. 142).

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Manuel Hernández Pacheco. Apego y Psicopatología.


RETALES

Los seres humanos tenemos que procesar la información a dos niveles: uno cognitivo, a través del pensamiento, y otro emocional, a través de las emociones.

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Las emociones son inconscientes y, a diferencia de las cogniciones, no podemos evocarlas a voluntad, surgen de forma espontánea en función de diferentes estímulos o bien, [..], mediadas por nuestro pensamiento.

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Cada vez que sentimos una emoción, nuestro cuerpo guarda memoria de esta (Damasio, 2012; Scaer, 2014). Nuestro cuerpo y nuestra mente siempre guardan memoria de lo que ocurrió para recordarlo en el futuro, con un afecto bien positivo (búsqueda), bien negativo (evitación).

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                                                                               Manuel Hernández Pacheco. Apego y Psicopatología.


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