Kafka en la orilla (del mar)

No sé donde situar este libro. Igual que algunas películas que no sé si enviarlas a odiadas o favoritas y se quedan solo en “vistas”. La clasificación perfecta que respeta disonancias. La Suiza de las decisiones imposibles. La disección entre genio y patán. 

Y, aunque igual lo que vale es lo que remueve, me confunde cuando lo que me remueve es el desagrado.

Algunos libros, o películas, son como catedrales majestuosas a las que soy incapaz de entrar sin retorcerme. Donde intento admirar sus techos elevando el cuello con demasiada rigidez y por las que avanzo con un escalofrío incómodo. No podría negar la majestuosidad de lo que observo, sin embargo, tampoco podría declinar el rechazo que me produce.

Creo que Kafka en la orilla es un trocito de catedral y un trocito de partes impresionantes que forman un cóctel que me deja en una posición demasiado complicada como para salir de la categoría “vistas”. 

Viajé por zonas poéticas que me emocionaron, me fascinó el cambio drástico según el personaje, el laberinto en que se sorprendía la historia, la magia que envolvía cada letra, pero me sentí apuñalada, de repente, por páginas burdas y repetitivas, por un relleno sin sentido, e incongruencias que me expulsaban de la historia, como un mal actor que impide que te creas la trama sacándote de golpe del maravilloso ensueño formado... 

Y así, en esa montaña rusa, sentí trascurrir las 610 páginas de mi e-book. 


Dice Murakami a través de Ôshima...

"Porque tocar a la perfección las sonatas de piano de Franz Schubert es una de las cosas más difíciles del mundo. Especialmente la sonata en re mayor. No hay quien pueda con ella. Tomando uno o dos movimientos por separado, hay pianistas que lo logran. Pero yo no conozco a ninguno que sea capaz de tocar los cuatro movimientos de corrido y que suenen como una unidad. Hasta hoy, muchos pianistas de renombre han intentado medir sus fuerzas con esta pieza, pero en todas sus interpretaciones hay defectos evidentes. Todavía no existe ninguna que se pueda tomar como referencia. ¿Y eso a qué crees que se debe? —No lo sé —digo yo. —Pues a que la obra es en sí misma imperfecta. Robert Schumann, gran conocedor de la música de Schubert, calificó esta obra de «redundancia celestial». —Y si esta pieza es tan imperfecta, ¿cómo es que tantos pianistas famosos quieren medir sus fuerzas con ella? —Buena pregunta —dice Ôshima. Y hace una pausa. La música llena el silencio—. No puedo responderte a eso. Pero sí puedo decirte una cosa. Y es que hay obras que poseen cierto tipo de imperfección que cautiva el corazón de las personas justamente por eso, por ser imperfectas…"



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